“Honrar a padre y madre”

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¿Un mandamiento para los chicos o para los padres?

Cuando Maurice Sendak publicó en 1963 su libro infantil Donde viven los monstruos, estalló la polémica. El texto fue muy criticado apenas conocido, acusándolo de no ser una historia apropiada para niños. Sin embargo, al año siguiente ganó varios premios. Y en el 2009 se llevó al cine con gran éxito. Frente a las críticas suscitadas por su obra, Sendak respondió: “Los adultos son personas que tienden a sentimentalizar la infancia”.

Uno de los grandes problemas actuales es que los niños crecen sin recibir educación, y los padres muchas veces llegan a tener miedo de sus propios hijos. A ellos les cuesta percibir lo que los chicos necesitan para ser fuertes en las dificultades y enfrentar los problemas. Por su parte, los niños suelen ver a sus padres como gente cansada y estresada, incapaces en ocasiones de decirles algo valioso para la formación de su personalidad.Los padres, si pueden, tratan de complacer en todo a sus hijos. Pero, ¿y las familias que viven en situaciones de pobreza, o peor aún, en ambientes claramente de delincuencia o de violencia? En este contexto, ¿qué decir del cuarto mandamiento, “honrarás a tu padre y a tu madre”? ¿Está dirigido a los padres o a los hijos? ¿O es para ambos?

Primero es para los padres. Decía un maestro de educación: “Educar es cansarse amorosamente”. No se puede educar descansado, porque educar es contagiarles a los hijos las ganas de vivir, de luchar. Padres y madres han de poder “restringir” las pretensiones de los niños. A veces deben decir “no”, sin frustrar ni culpabilizar. Más aún si el hogar es cristiano y los niños saben que deben respetar los mandamientos de Dios, aunque les cueste un poco. En este caso, a los padres también les corresponde “rezar” por los hijos.

Para los hijos también es válido este mandamiento. Es razonable obedecer y respetar a los padres en las cosas cotidianas que mantienen unida y ordenada una familia, como puede ser el no pelearse y querer a los hermanos, estudiar e ir a la escuela, ayudar en la casa. Así, cuando los hijos crecen saben que no deben olvidarse de sus padres, y pueden comprenderlos mejor olvidando sus fallas o errores, como comprenden los propios fracasos. Hoy, además, la sociedad ofrece múltiples formas para sostener las familias, desde buenos amigos hasta instituciones que enriquecen las aspiraciones deportivas y las tendencias artísticas de cada uno.

Una familia cristiana distingue la belleza de confiar y creer en un Dios cercano y bueno que se interesa por nuestra vida. Por esto, para estas familias, hay un “plan B”. El cuarto mandamiento es precioso, sobre todo, para los creyentes en Dios, cuya fe firme percibe la cercanía del Señor Jesús y recuerda la hermosa frase del Salmo 26: “Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá”. •

Por Victorino Zecchetto, sdb

BOLETIN SALESIANO – AGOSTO 2018

 

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