En Paraguay, educar para la libertad

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El Rector Mayor se encuentra con las comunidades de los pueblos originarios durante su visita a Paraguay del 30 de abril al 8 de mayo.

Envío esta página al Boletín Salesiano con mucho retraso. Hago sufrir al director porque con frecuencia llego al límite del tiempo para hacer llegar este saludo que sale, como todo lo que me lleva mi nombre, de mi puño y letra.

Les escribo una hora después de haber llegado del Chaco paraguayo, regresando a la capital, Asunción. Han sido tres días muy intensos. Quería ir a conocer a los pueblos originarios con los que mis hermanos salesianos y mis hermanas Hijas de María Auxiliadora llevan compartiendo la vida, en algunos casos, desde hace setenta años. He compartido unas horas con el pueblo chamacocos en el Alto Paraguay, en la región cercana a Fuerte Olimpo. Después de un largo viaje llegamos a Carmelo Peralta, donde pude compartir una mañana entera con las comunidades del pueblo ayoreo. Y finalmente, tras un viaje de tres horas en canoa por el río Paraguay y una difícil travesía por caminos inundados en Puerto Casado, pudimos encontrarnos con el pueblo maskoy.

Mi corazón se siente lleno de felicidad y de emoción. El sueño misionero de Don Bosco que comenzó en la Patagonia, sigue vivo. He podido experimentar la alegría de estos pueblos agradeciendo la presencia de mis hermanos por más de siete décadas.

Puedo asegurarles que vivir hoy en esa región es muy duro. Imagínense como sería hace cincuenta años. Pude dar un abrazo fraterno y lleno de orgullo a varios de los salesianos que llevan allí, en algunos casos, casi cincuenta años. Su opción por Jesús lleva estos nombres: chamacoco, ayoreo, maskoy.

Llegó profundamente a mi corazón escuchar a los líderes decir que a los únicos que aceptaron para estar con ellos fue a los salesianos, porque no les resultaron peligrosos. Treinta años antes de que llegara la enseñanza pública, nuestros hermanos ya habían comenzado a educar. El director de la escuela ayorea, Óscar, hoy padre de familia, fue uno de ellos. Y entre los maskoy, el líder estudió en la escuela salesiana de Puerto Casado. También sus hijos e hijas, dos de ellos actualmente en la universidad. Con humor me contaba que un salesiano misionero, el padre Martín, fue su profesor… y allí estaba Martín, al lado mío. ¿Cómo no sentir que Don Bosco se sentiría orgulloso de sus hijos e hijas?

Hace unos años, los salesianos también removieron cielo y tierra para conseguir dos mil hectáreas para unirlas a los que ya habían conseguido los ayoreos. Y la misma lucha se hizo con el pueblo moskoy, que ha conseguido recuperar tierras que tenía perdidas.

Todo esto he vivido en los últimos días, unido a la fuerte fe de estas personas en la Virgen y en Papá Dios.

Hay quienes creen que están en extinción. Gracias a Dios son pueblos que se siguen recuperando y su población aumenta. Los niños crecen y estudian y se forman para ser más libres, para que nadie pueda, nunca más, vulnerar sus derechos ni someterlos en el engaño.

Por eso digo hoy: creo en el sueño misionero de Don Bosco. Yo lo he tocado con mis manos.

Don Ángel Fernández Artime

BOLETIN SALESIANO – JUNIO 2018

 

 

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