Donde comienza la educación

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Establecer límites a los hijos requiere tiempo y esfuerzo, pero es el primer paso para garantizarles un sano crecimiento.

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Muchas pueden ser las situaciones y vivencias que desconcierten a los niños, pero sin duda una de las más preocupantes es la falta de normas, de límites, de disciplina. Un niño al que no se le ponen límites termina por ser una persona desorientada. Los chicos necesitan tener pautas para actuar y, si les faltan, se los pone en riesgo de sufrir una adolescencia difícil y complicada.

La educación permisiva del “sí a todo” jamás ha formado buenos ciudadanos.

Hace algún tiempo, acudió a la consulta de un psiquiatra una mujer de unos treinta años, que iba con su hijo de tres. El niño parecía muy inquieto. No paraba. Tocaba todo. Se bajaba constantemente de la silla y, cuando su madre trataba de sentarlo de nuevo, no le hacía caso y le respondía: “¡Quedáte quieta!”.

Ella le dijo al psiquiatra que no podía con su hijo. Casi con lágrimas en los ojos, le comentó que unos días antes, el niño había llegado incluso a pegarle. “Doctor, ¿se puede tratar a este niño?”, dijo la mujer. El médico le respondió con otra pregunta: “Cuando su hijo le pegó, ¿qué hizo usted?”. La madre le respondió que había procurado no gritarle, y que no lo había castigado, porque el castigo puede frustrar a los hijos.

El psiquiatra, entonces, dijo con un poco de ironía: “Posiblemente su hijo no necesite ningún tratamiento. Pero tal vez sería oportuno un tratamiento para la madre…”.

 

Hay padres que quieren ser amigos de sus hijos. Se olvidan que lo primero que tienen que hacer es, justamente, ser padres. Y esto no se puede lograr simplemente cediendo, permitiendo o tolerando. Hay que saber decir a tiempo “no” y poner límites a los hijos.

Educar supone dar seguridad, afecto, transmitir valores y también establecer normas claras: esta es una función básica que debe ejercer toda familia. Seguramente es mucho más fácil permitir que poner límites. Pero educar es hacer comprender que no es posible tenerlo todo: una sana frustración también es positiva.

Hay padres que quieren ser amigos de sus hijos. Se olvidan que lo primero que tienen que hacer es ser padres.

Actuar así es ser democrático, puesto que la democracia asume el “no” cuando lo exige el respeto a los demás. La educación permisiva del “sí a todo” jamás ha formado buenos ciudadanos, sino más bien gente egoísta y frustrada. Es alarmante que, como sucede en algunos países, haya padres que deben presentar denuncias ante los tribunales por que sus hijos no los respetan o los maltratan.

Si no queremos que los hijos lleguen a situaciones extremas, es necesario fijar a tiempo algunos límites. Si no, el “pequeño dictador” se convertirá en un gran dictador en la adolescencia; y más tarde lo será también sobre sus hijos o sobre su pareja.

 

Hay criterios que pueden resultar útiles para ayudar en la educación de los niños:

  • Ejercer la autoridad como adultos. “Autoridad” significa, etimológicamente, “hacer crecer”, “ayudar a ser más y mejor”. Significa decir un “no” decidido cuando la acción proyectada o iniciada puede llevar a la destrucción de la persona. Los niños deben aprender, desde pequeños, que lo que vale exige esfuerzo. Igualmente, deben aprender a controlar sus impulsos. Y los padres deben inculcarles valores y normas de convivencia.

  • Fijar límites. La mejor educación consiste en dejar claro lo que se puede hacer y lo que no se debe hacer. Esto hay que razonarlo con ellos desde pequeños. La libertad no surge espontáneamente, nace de la obediencia. Cuando un niño cumple unas pautas de conducta, crece como persona libre, porque no es esclavo de sus instintos o de sus caprichos.

  • Alabar lo bueno que hacen los hijos. La psicología dice que, más que incidir en lo malo para corregirlo, es mejor reconocer y alabar lo bueno que hacen los hijos, para reforzar de este modo los comportamientos positivos.

  • Corregir dando el ejemplo. El padre debe evitar gritar, insultar o despreciar a su hijo. Si lo hace solo le enseñará que esa es una forma válida de conseguir lo que se pretende.

  • Enseñarles a aceptar la frustración. El fracaso es la antesala del éxito. La frustración es parte de la vida y hay que afrontarla. Un chico al que nunca se le dice “no”, en la vida no soportará el sentirse frustrado y eso se convertirá, más adelante, en debilidad, inmadurez y violencia.

  • Inculcar la disciplina. Esta palabra viene del latín discipulus y es aquel que sigue a un maestro que le propone valores para ser feliz. La disciplina no es algo represivo, sino la propuesta de pautas de conducta para crecer como persona. • (punto final)

 

Por José Antonio San Martín, sdb

BOLETIN SALESIANO – AGOSTO 2019

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