«Dios se alegra de ver a un joven feliz»

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2008

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En el libro El joven instruido, un joven Juan Bosco les propone a los jóvenes un plan de vida para alcanzar la santidad

“A LA JUVENTUD:

Voy a indicarles un plan de vida cristiana que pueda mantenerlos alegres y contentos, y hacerles conocer al mismo tiempo cuáles son las verdaderas diversiones y los verdaderos placeres para que puedan proclamar con el santo profeta David: ‘Sirvamos al Señor con alegría’.

Tal es el objeto de este librito: enseñarles a servir a Dios sin perder la alegría. (…) Les ofrezco un método corto y fácil, pero suficiente para que puedan ser el consuelo de sus padres, el honor de su patria, buenos ciudadanos en la tierra, para ser después felices habitantes del cielo”

«El joven instruido en la práctica de sus deberes y en el ejercicio de las virtudes cristianas»,
escrito por San Juan Bosco

El joven instruido es un pequeño libro escrito por Don Bosco en 1847 que tuvo una difusión enorme para su época: durante su vida se publicaron más de cien ediciones, y luego de su muerte se realizaron infinidad de traducciones a diversas lenguas.

Si bien hoy ya ha transcurrido más de un siglo de su primera edición, la realidad de fondo y su intencionalidad educativa y espiritual continúan siendo vigentes y actuales.

Su estilo coloquial no se dirige a los jóvenes presentándoles una argumentación teórica o doctrinal que señala principios o deberes que cumplir; más bien les habla directamente, con un lenguaje dialogal cercano, ganando su confianza desde el corazón y desde un enfoque propositivo y renovador —casi transgresor con la mentalidad de su época—.

Constatamos una vez más que el “santo de los jóvenes” poseía una gran sensibilidad y conocimiento del alma juvenil. El diálogo es directo, afectuoso, claro y decidido.

Es difícil encontrar en la historia de la Iglesia y de la sociedad a un hombre que haya conocido la realidad de los jóvenes con la intensidad que Don Bosco lo hizo.

En el corazón de Don Bosco

En su estudio sobre este texto, el salesiano Pedro Stella nos previene justamente para que no caigamos en el prejuicio de una comprensión simplista y reductiva de este libro que llegó a ser un bestseller en su tiempo, reduciéndolo en cambio a un modesto manual de oraciones o de simples principios de ascética para los jóvenes.

“El joven instruido —nos dice el padre Stella— es en realidad la propuesta de un modo de vida cristiana juvenil. En él encontramos, fruto de la primera actividad sacerdotal y literaria de Don Bosco, el programa de santidad juvenil concebido, formulado y lanzado por él”.

En este texto no nos encontramos entonces con el producto de una larga reflexión teológica, ni de muchos años de experiencia, sino de lo que bullía en el corazón de Juan Bosco, podríamos decir “desde siempre”, desde su niñez y su juventud; las intuiciones personales y las primeras síntesis de pastoral juvenil que había llegado a elaborar en contacto con sus jóvenes callejeros, marginados sociales, migrantes en la gran ciudad de Turín, a los que se consagró con el don del carisma de predilección que el Espíritu Santo y María suscitaron en su corazón.

El joven instruido, publicado en 1847, fue un verdadero “bestseller” en su época: en vida de Don Bosco se imprimieron más de cien ediciones.

Una propuesta para los jóvenes

En efecto, la redacción de este libro se puede ubicar entre 1845 y 1847. Cuando Don Bosco lo concibe y lo redacta, se encontraba empleado y viviendo en “El refugio” de la Marquesa de Barolo, donde trabajaba para unas cuatrocientas niñas, en su mayoría salidas de las cárceles o en riesgo de caer en la “mala vida”. Tenía por entonces treinta años.

Está en los inicios de la creación del oratorio, su obra más original y perdurable, marca y sello distintivo de toda su labor educativa en medio de los jóvenes pobres. Es en este momento donde siente ya la necesidad de poner por escrito esta propuesta juvenil, fruto más de su impulso interior, de su intuición, que de la investigación. Lo que nos revela quizás las inspiraciones más genuinas e intuitivas que se movían en el corazón de nuestro padre.

El joven instruido propone el programa y la proclama de la propuesta espiritual de Don Bosco a los jóvenes. Expone un método de santidad, es decir, de perfección cristiana, del que él es el maestro y el creador, afirma el padre Stella.

Conocer a los jóvenes

Es difícil encontrar en la historia de la Iglesia y de la sociedad a un hombre que haya conocido la realidad de los jóvenes con la intensidad que Don Bosco lo hizo. Él, desde el don que recibió de Dios, desde la relectura de su propia experiencia de niñez, adolescencia y juventud y desde su inmersión en el mundo de los jóvenes pobres de Turín, conoce cómo está hecho el corazón de un joven. Impulsado por la caridad apostólica, motor de una gran pasión y creatividad, ha sabido leer e interpretar, con experiencia, ciencia y sabiduría las inclinaciones, dinamismos y condiciones en las que se mueve el alma juvenil.

Por eso, su propuesta de santidad suscita en los rincones más íntimos y sensibles del corazón de los jóvenes, una respuesta de adhesión incondicional, que va mas allá de todos los tiempos, porque cada joven se siente motivado e impulsado por esa energía que brota desde dentro de sí mismo y despliega sus sueños más felices.

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La santidad es para los jóvenes una necesidad: no consiste en otra cosa más que en desplegar y hacer viva la enorme potencialidad de felicidad y alegría que Dios sembró en sus corazones.

En el centro el amor de Dios 

Don Bosco pone en el centro de este proyecto de santidad juvenil el amor de Dios, derramado en el corazón del joven. Para él, la verdadera alegría está vinculada a vivir en Dios, a vivir a su servicio. Esta es una de las tesis más amadas por Don Bosco, “Sirvan al Señor en santa alegría”. Esta “santa alegría” formaba la base del edificio para la educación de la juventud.

Para Don Bosco, juventud, santidad y alegría son realidades que armonizan muy bien. Hay una lógica que las une: los jóvenes por naturaleza, por impulso, por edad, buscan la felicidad, el compartir, la alegría. Son vivaces, inquietos y festivos. Al mismo tiempo, la fuente de la alegría verdadera se encuentra en el amor de Dios, en vivir en su gracia, en su voluntad, en hacerse amigos de Jesús. Cuando los jóvenes descubren esta sintonía y logran unir su deseo más profundo con esta experiencia de Dios, se da la santidad juvenil.

Para él, un joven triste es un sinsentido. La tristeza no tiene otro origen que la enfermedad. Si uno está triste, se encuentra enfermo del cuerpo o del alma. Por eso, su mayor preocupación era lograr que sus jóvenes sean felices en el tiempo y en la eternidad, como les escribe en la Carta de Roma de 1884; comprendiendo así que la alegría debe impregnar la totalidad de la vida del joven, alcanzar la unificación de su persona, transformándose en su misma identidad.

En las biografías de los chicos santos del Oratorio, Don Bosco presenta el tema de la alegría como algo transversal. Domingo Savio dirá: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.

El joven, hecho para ser santo 

Él concibe la santidad en los jóvenes como algo natural. El joven está hecho para ser santo. Todo en él clama alegría, y alegría plena es santidad. Dios se alegra de ver un joven feliz. Y en cambio, un joven triste es fácil presa del demonio. De hecho, arguye el mismo Don Bosco, el demonio se vale de dos “trucos” para tentar a los jóvenes, como susurrándoles al oído: primero, que ser santo es ser triste, es llevar una vida melancólica; segundo, que ya habrá tiempo para hacerse santo.

La pedagogía salesiana de la alegría coincide con el acompañamiento en el camino de la santidad. Esta es la tarea de un educador. El mismo Don Bosco, en las biografías de los chicos santos del Oratorio, presenta el tema de la alegría como algo transversal. Domingo Savio dirá: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”. Miguel Magone hará el gran descubrimiento de su vida al constatar en qué consiste la verdadera alegría luego de su confesión. Francisco Besuco recorrerá, también ayudado por su director espiritual, el aprendizaje del recreo festivo.

Ya desde la introducción del libro, nuestro padre manifiesta esta percepción tan convincente, que la santidad es para los jóvenes una necesidad, porque no consiste en otra cosa más que en desarrollar, desplegar, hacer viva, la enorme potencialidad de felicidad y de alegría que el mismo Dios sembró en sus corazones con Su amor.

 

Por Luis Timossi, sdb  ltimossi@donbosco.org.ar

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