Deseo de creer

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¿Qué rezamos cuando recitamos el Credo?

En el inicio del cristianismo se compuso el Credo para que los cristianos tuvieran un “resumen” claro y compacto de la propia fe religiosa, lo esencial de la misma. Pero el Credo no da una explicación de su contenido. El acto de fe es algo interior y personal: el Credo la expresa. Aquí compartimos un comentario breve de algunos artículos más centrales de esta oración.

“Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra” 

La decisión de creer en Dios brota de la mirada que echamos sobre el mundo, el cosmos y sobre nuestra vida. Nos preguntamos: ¿de dónde viene todo esto? ¿Qué sentido tiene que yo viva junto a tantos otros seres vivientes? ¿A dónde se dirige el mundo, mi vida, todo lo que existe? ¿Por qué?

La existencia de Dios no se puede demostrar igual que un teorema de geometría, porque Dios es un ser “trascendente” que creó la realidad entera y está por encima de ella. Tampoco los ateos, los que no creen en Dios, pueden demostrar que Dios no existe.

En el siglo XX algunos países se profesaron “ateos” para hacer progresar la sociedad. Pero el intento de echar fuera a Dios de la conciencia humana y del mundo fue un mal método para mejorar sus países, y tampoco sirvió para hacer más buena a la gente.

La presencia de Dios late y se percibe a través de miles de signos. A Dios los cristianos le decimos cariñosamente “Padre” —o Madre—, alguien que nos ama y nos quiere. Por eso sólo comprenden a Dios las personas buenas, las que con su vida imitan su bondad.

“Y en Jesucristo, su único hijo, nuestro Señor”

Lo que distingue a quienes aceptan llamarse “cristianos” es ese personaje Jesús que hace dos mil años vivió y murió en la tierra de Palestina, y que sus seguidores lo aclamaron como “el Viviente” después de haberlo visto vivo y resucitado. La comunidad creyente lo ‘celebra’ en su liturgia, en el culto escucha la palabra de su Evangelio, asume y acepta ese mensaje como referente de sus vidas, al estilo que Él enseñó.

Un rasgo muy original de Jesús es haberse mostrado al mundo como Dios que se comunica con nosotros, como la palabra que viene de Él.

“Fue crucificado, muerto y sepultado”

Ese personaje que venía de Dios fue rechazado por el mundo: la envidia, la violencia y el mal cayeron sobre Él y al final lo mataron.

Su actitud fue la de un profeta decidido a aportarle al mundo la amistad y la misericordia de Dios. Su mensaje y su acción representan su “fidelidad a Dios” y su compromiso con “el Reino” donde tienen lugar los pobres, pequeños y pecadores.

Esa “lógica del Reino” lo arrastró a un conflicto religioso y social, creciente que terminó en su condena a muerte. Para la tradición cristiana la interpretación de la muerte de Jesús es perentoria: ha sido una “muerte salvadora”; es decir, una acción solidaria para abrazar a los oprimidos y aplastados por el mal. Así venció al pecado y a la muerte.

El acto de fe es algo interior y personal: el Credo la expresa.

“Al tercer día resucitó de entre los muertos”

El evento inesperado de la Resurrección pasó a ser de inmediato para sus seguidores el hecho central a partir del cual interpretaron todo el resto de la vida de Jesús. Lo que nadie se imaginaba, lo inaudito, aconteció. Por eso la resurrección de Jesús se convirtió en el  acontecimiento central de toda la fe cristiana

Pero, ¿cómo explicar y narrar la Resurrección? ¿Cómo contar un hecho que escapa a la historia y que sin embargo ha sido vivenciado en el tiempo por hombres y mujeres concretas?  El intento por comprender y explicar la Resurrección de Jesús resultó complicado para los discípulos cuya mentalidad era ajena a aceptar semejante fenómeno. Algunas vivencias aseguraban que estaba vivo: el ver la tumba vacía, sin el cuerpo de Jesús. La aparición del mismo Jesús vivo que les dice: “Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean” (Lucas 24, 38).

La Resurrección constituyó para los discípulos lo inesperado, lo asombroso e inexplicable, y no cabe pensar que fuese una afirmación gratuita e inventada por gente exaltada. Ese hecho que no podían explicar invadió sus personas y lo proclamaron por el mundo entero.

“Creo en el Espíritu Santo” 

El Espíritu Santo es el nombre que la Biblia le da a la fuerza y al poder operante y bueno de Dios, activo en el mundo y en cada ser humano. Actúa en nosotros a la manera de Dios. A veces la Biblia lo denomina también “Espíritu de Jesús”, para dar a entender que actualiza en el mundo la acción pascual de Jesús —su muerte y resurrección—, manifestando su poder salvador en la humanidad. 

«Creo en la resurrección de los muertos… y en la vida eterna»

La fe cristiana habla de “la vida eterna o perdurable” no para indicar algún lugar especial en el cosmos o arriba en el cielo, sino para decir que el morir no es la aniquilación de la persona, es la afirmación de que le espera “otra vida” donde seguirá existiendo.

La expresión “vida eterna o perdurable” nos dice que nuestro destino humano no termina en este mundo, ni se acaba con la muerte, porque Dios Creador nos ha regalado algo más: “El don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús” (Romanos 6, 23).

Al cielo de nuestra fe le decimos “paraíso”, o también “gloria”, para designar la situación de felicidad que gozan los que han muerto amando y haciendo el bien. El paraíso no es una dicha solitaria, sino compartida y solidaria, en compañía de Dios y de cuantos han practicado el amor en la tierra y que ahora han resucitado en Cristo.

 

Por Victorino Zecchetto, sdb • casvecio@gmail.com

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