Delante de los números, las personas

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¿Qué dicen los índices de pobreza sobre la realidad argentina?

Según el último informe del INDEC, a fines de 2017 el 25,7% de la población, uno de cada cuatro argentinos, se encontraba por debajo de la línea de pobreza medida por el ingreso en el hogar. Es para destacar que el Estado haya vuelto a tener estadísticas confiables, aunque las mismas den cuenta de una triste realidad.

Eduardo Donza es sociólogo, docente e investigador especializado en trabajo y desigualdad, y desde hace ocho años forma parte del Observatorio de la Deuda Social perteneciente a la Universidad Católica Argentina. Reconocidos por su rigurosidad técnica y su amplitud territorial, los informes que presenta anualmente el Observatorio son un punto de referencia para entender y reflexionar sobre la situación social argentina.

 

Uno de sus últimos informes mostraba un índice de pobreza en menores de 14 años cercano al 50%; muy distinto al total, en torno al 30%. ¿Por qué se da este fenómeno?

La composición demográfica de los hogares de bajos ingresos es diferente al resto. Suele haber más niños. El hecho de tener más bocas que alimentar y menor potencialidad de generar ingresos en el mercado de trabajo afecta el cálculo de ingresos por persona. El caso contrario es el de las personas mayores. Es mucho más habitual que vivan en hogares unipersonales y además el 95% tiene una jubilación o pensión, entonces es poca la incidencia del nivel de pobreza en ese segmento.

Esto trae algunas consecuencias. El chico que en la primera infancia no se pudo alimentar bien, cuando llegue a la primaria o a la secundaria seguramente tendrá más dificultades para integrar los conocimientos. Las falencias se van arrastrando y complejizan la integración posterior. Queda una hipoteca a nivel personal y social, porque una parte de la población tendrá muchas dificultades para integrarse incluso en el caso de que se generen los puestos de trabajo suficientes. En ese sentido es cuando se percibe claramente que los problemas son estructurales e independientes de los colores políticos.

 

¿Cuál es la diferencia entre la pobreza por ingresos y este problema “estructural”?

No es que un tercio de la población está en situación de pobreza sólo por ingresos, que no tiene plata ese mes pero que dentro de dos meses sí porque se reactivó el mercado de trabajo. Es algo estructural. Viene acompañado por diferentes indicadores donde nosotros medimos también la pobreza multidimensional: se tienen en cuenta las condiciones de la vivienda, la conexión a la red de agua potable y cloacas, condiciones de seguridad social, que los mayores tengan jubilación o pensión, entre otros derechos.

Si uno lo analiza de esta forma, casi el 60% de los hogares tienen algún tipo de derecho vulnerado. Y un 20% de los hogares tiene tres o más. Y es una pobreza persistente en el tiempo. Si se cuenta desde mediados de la década del noventa, puede haber una tercera generación de familias que no pudo trabajar sistemáticamente; en definitiva, que no vio que el esfuerzo de sus padres sea bien retribuido.

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“Hay una tercera generación que no vio que el esfuerzo de sus padres sea bien retribuido”

¿Qué consecuencias trae la pobreza estructural?

Se trata de una pobreza estrechamente asociada a la desigualdad, que genera que una parte de la sociedad no pueda integrarse. En la medida que se vaya acentuando esta diferencia nos va a quedar cada vez más población excluida. Incluso si llegan a conseguir un trabajo formal, se hace muy difícil porque no tienen las capacidades blandas para adaptarse al mismo.

Además hay que tener en cuenta que el mercado de trabajo ya no es un buen distribuidor de recursos en la población. A partir de los noventa se da un cambio como consecuencia de las políticas neoliberales, y se observa que para salir de la pobreza con tener un trabajo no alcanza. Asimismo, muchas personas que trabajan lo hacen a través de un “autoempleo”. Son trabajadores por cuenta propia, con un perfil de mucha menor productividad, cercanos a la mendicidad; como los chicos que limpian vidrios en una esquina, o los cartoneros. Son actividades que llegaron para quedarse.

En el caso de que existan nuevos puestos de trabajo, no tienen el nivel de empleabilidad necesario, o no “les cierran” frente a la actividad que están realizando. Son personas que trabajan mucho. Para ellos no es viable trabajar ocho a diez horas, tener que cumplir un horario, obedecer a un superior, trasladarse lejos de su hogar y ganar lo mismo que en seis horas de estar cartoneando.

 

¿Qué soluciones podemos aportar a este problema?

Primero hay que aceptar que es un problema muy serio. No se ha podido resolver durante décadas. Y para el caso, es lo mismo que la pobreza sea de 25 o 30%. Con algunas políticas puede subir o bajar uno o dos puntos. Pero vamos a llegar a un 15 o 20%, que es el núcleo duro de pobreza estructural, que va a ser muy difícil bajar.

Un gobierno no lo puede resolver solo, o en un período. Como es un problema tan serio, se necesita que todos formemos un acuerdo para generar políticas de Estado a mediano o largo plazo, a diez años como mínimo.

Los programas de transferencias, como la Asignación Universal por Hijo, lo que hacen es ayudar a las familias para que estén por arriba de la línea de indigencia, que se está manteniendo desde hace muchos años en torno al 5 o 6%. Son “parches” para ir acotando los problemas, pero sin resolverlos de manera significativa. Para salir de la pobreza tiene que reactivarse el mercado de trabajo y para eso tiene que mejorar la estructura productiva.

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